«Hágase saber que todos aquellos a quienes por lo común se llama hechiceros, y también los diestros en el arte de la adivinación, incurren en delito penado por la muerte […] Es ilegal que cualquier hombre practique la adivinación; si así lo hace, su recompensa será la muerte por la espada del verdugo. También existen otros que, con encantamientos mágicos, procuran quitar la vida a personas inocentes, […] estos criminales deben ser arrojados a los anímales salvajes. Y la ley permite que cualquier testigo sea admitido como probatorio contra ellos….Y se permite el mismo procedimiento en una acusación de herejía. […] Porque la brujería es alta traición contra la Majestad de Dios […] Y deben ser sometidos a tortura para hacerlos confesar. Cualquier persona, fuese cual fuere su rango o profesión, puede ser torturada ante una acusación de esa clase, y quien sea hallado culpable, aunque confiese su delito, será puesto en el potro, y sufrirá todos los otros tormentos dispuestos por la ley, a fin de que sea castigado en forma proporcional a sus ofensas»
(Summa sobre el Libro 9 del Códice, palabras de Godofredo de
Fontafnes)
LA VERDAD DETRÁS DE LA LEYENDA NEGRA
La obsesión por las brujas dominó Europa durante más de un siglo. Desde finales del s.XV hasta finales del XVII (y posteriormente en algunos países) fue un fenómeno largo, complejo y aterrador. Desde Lisboa hasta los Urales y desde las zonas del Sur hasta los Países Escandinavos, la histeria y el furor colectivo se extendieron como la peste. El resultado: más de cien mil ejecutados…unas cifras que superaron incluso a las bajas causadas por las Guerras de Religión en Francia.
Pero ¿Quiénes fueron los
jueces? Y ¿Quiénes las víctimas? Existe una leyenda negra que persigue al Santo
Oficio y a la Europa Mediterránea, como principales instigadoras de estos
movimientos. Pero el área donde más incidencias de este tipo tuvieron lugar
fue, al contrario de lo que muchos piensan, Europa Central.
Justamente, donde no había Inquisición.
Este Tribunal no se dedicaba a la persecución de la brujería en sí misma, sino a la supervisión de la pureza de la fe. Por lo que si no se incurría en delito de herejía, el asunto de brujería no era competencia del Santo Oficio, sino de los tribunales civiles.
Gracias a los textos de
Caro Baroja, conocemos algunos de los
casos de hechicería tratados en el tribunal de Toledo. Si el acusado no
mostraba indicios de herejía, se aplicaban penas de poca importancia, pues sus
prácticas se consideraban como simples supersticiones. Ejemplos similares
pueden encontrarse en Italia, centro religioso del catolicismo por excelencia.
Las cifras y datos
aportados por Brian Levack, uno de los mejores investigadores en el terreno de
la caza de brujas en época moderna, iluminan claramente este oscuro pasaje de
la historia.
Alemania sufrió mucho
durante el furor, pues allí donde proliferaban las tensiones entre distintas
facciones nobiliarias o pequeños ducados o condados, era donde se producían más
denuncias ante los tribunales. Como siempre, las envidias y los conflictos
personales fueron los detonantes de la situación.
Sin embargo, esto solo
constituyó el principio de una «moda» que acabó en masacre.
¿Cuándo se convirtieron las brujas en un problema para el Santo Oficio?
En el caso español y francés, el peligro de la bruja consistía en una estrecha relación con el diablo y su asociación a sectas o anti iglesias. La celebración de misas negras sí hacía necesaria la intervención inquisitorial.
Hay que decir que tampoco
existía un solo tipo de bruja. Estas podían ser de pueblo o de ciudad. Las
segundas, no se consideraban marginadas sociales, sino que estaban integradas
en la sociedad. La gente acudía a ellas buscando filtros de amor y productos
similares. Eran normalmente mujeres jóvenes, ligadas al ámbito de la
prostitución. Las brujas rurales gozaban de peor consideración y estaban más asociadas
a la curandería, uso de plantas medicinales o la muerte de ganado y la
destrucción de cosechas. Solían ser ancianas seniles, viudas o jóvenes
inmigrantes.
Entre las malas artes
más comunes, se encontraban además de las anteriormente mencionadas, el asesinato
de personas mediante maleficios, maldiciones o levantamiento de figuras, la
propagación de enfermedades, agriar la leche, estropear la cerveza,
incendios, robos, inducción a la maldad…
En cuanto a los brujos varones, sobre todo en las regiones norteñas, se puede decir que eran contratados habitualmente para realizar encargos. Y no resultaba extraño que los contratantes fueran dos individuos enfrentados, que solicitaban los servicios del mismo brujo. En estas ocasiones, si nadie se iba de la lengua, el hechicero podía hacer «su Agosto» con las transacciones.
LAS CONDENAS
En lo referente a las
condenas, es necesario recordar que no a todas se las quemaba. Es bien conocido
el caso de las brujas de Zugarramurdi. De dos mil personas, varias murieron
encarceladas, once ajusticiadas, y solo unas pocas fueron quemadas. En
determinadas circunstancias, en las que se habían producido agravantes,
conducían al acusado/a por las calles, y se informaba a la multitud de los
hechos. Después se azotaba a la víctima como un castigo de infamia (a veces se
producían mutilaciones). Otras veces, se procedía a la reclusión en un
convento.
Pero los miembros de la Santa Inquisición no solían tomar por ciertas todas las acusaciones que llegaban a sus oídos. Por lo general, al menos en países como España, enfocaban estos asuntos con actitud crítica. Más crítica que cualquier tribunal civil, donde la gente decidía de forma claramente arbitraria y parcial.
En España se actuaba conforme a las leyes, aunque estas nos parezcan muy duras en la actualidad.
La pura verdad era que en
nuestro país, ni si quiera los propios inquisidores creían en la hechicería.
Achacaban simplemente a la locura o al miedo, la actuación de muchos hombres y
mujeres acusados de ser brujos y precisamente por esta incredulidad, los
propios italianos en pleno siglo XVI (y reinando Felipe II) llegaron a decir que los españoles eran unos
auténticos herejes.

Otros ministros se sentían
ultrajados, debido a su influencia y a la confianza que depositaba en él el
Inquisidor General. Pero finalmente se hizo lo que él pedía: se cambiaron las
instrucciones sobre el procedimiento a seguir en los casos de brujería, pues debido
a las anteriores, se habían cometido tremendas injusticias. Y no solo eso, sino
que el Malleus Maleficarum fue desacreditado, ya que se basaba en leyendas sin
fundamento.
EL FIN DE LA HISTERIA
Poco a poco la cordura fue
llegando lenta pero progresivamente a los países europeos y la histeria fue
disminuyendo de forma paulatina.
Y para terminar con un tema tan extenso y sobre
el que queda tanto por decir, solo haré un pequeño apunte sobre las sectas
satánicas de la actualidad. No cabe duda de que existen y que sean cuales sean
sus creencias, sus acciones hablan por sí solas.

No obstante, cinco siglos más tarde, con nuevas
leyes y nuevas tecnologías, por fin somos capaces de detener o encarcelar a los
verdaderos culpables.
Tal y como dijo Ramón Llull, filósofo del siglo
XIII, la justicia te proporcionará paz y
también trabajos.
Y desde luego, aún tenemos mucho trabajo por
delante…
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