Todo comenzó en la localidad de Langogne, en
el Gévaudan, un territorio perteneciente al departamento de Lozére, situado en
la zona Sur de Francia. Corría el mes de junio del año 1764 y la primera
persona que tuvo la desgracia de toparse con la misteriosa criatura fue una
mujer ganadera que vivía cerca de Langogne. Aunque la bestia la atacó, ella
sobrevivió gracias a la oportuna intervención de sus bueyes, que lograron
ahuyentar al animal.
Ese fue el primer encuentro de muchos otros, que en su mayoría acabarían de forma trágica.
A finales de ese mismo mes, en Hubacs, falleció
la primera de sus numerosas víctimas. Su nombre era Jeanne Boulet, una joven de
catorce años.
El 8 de Agosto de 1764, la bestia atacó a otra
chica de la misma edad de la aldea de Masmejean,
A finales de Agosto, la bestia devoró a otros dos niños. Las víctimas fueron halladas en la selva de Mercoire.
La sed de sangre del animal no parecía tener
límites. La
criatura degolló a una
mujer de 36 años, en la puerta de su propia casa y se bebió su sangre. Según otros testimonios el animal le seccionó
la garganta de un mordisco y la mujer simplemente, se desangró. Sólo diez
días después del incidente, mató a otro ganadero y devoró sus entrañas. A finales de mes, acabó con la vida de una
niña de doce años, en presencia de su madre. En Octubre, la bestia acabó con una chica de veinte años y en noviembre
con otro niño de sólo diez. Sus ataques eran feroces e imparables, y
continuaron produciéndose durante los siguientes tres años, ascendiendo el
número de víctimas mortales a setenta, sin contar las decenas de heridos.
De un total de 230
ataques registrados, más de la mitad de las víctimas fallecieron, y si a este
número se le añade la tasa de heridos, que se salvaron gracias a la pronta
intervención médica, la tasa de efectividad de los ataques aumenta hasta la
escalofriante cifra del 80 %.
El párroco que enterró
a Jean Boulet sabía que no trataba de un lobo, señalando por escrito que fue
una «bestia feroz» la que acabó con la vida de la víctima.
Es preciso destacar que la gente de esta zona rural
del Gévaudan sabía cómo eran los lobos,
y cuáles eran las tácticas de caza que empleaban. En estos casos, ni la clase
de ataques, ni el aspecto de la Bestia según el testimonio de los supervivientes
tenían relación con las acciones de un lobo, pero se acusó a dicho animal de
las muertes porque era el único depredador de gran tamaño que conocían.
En segundo lugar, hay ataques que no parecen haber sido perpetrados por un animal. Se habían documentado muertes como consecuencia de cortes limpios, que podían apreciarse en los cadáveres de algunas víctimas —principalmente mujeres jóvenes— y signos de agresión sexual, por lo que habría que tener en consideración que en el momento en el que aumentaron los fallecimientos, entraron en escena asesinos oportunistas.
Tras una serie de cacerías infructuosas, dirigidas por Duhamel y sus Dragones, el secretario de Luis XV escogió a Martin Denneval, afamado cazador de lobos, para terminar con el encargo.
Por aquellas fechas, el obispo de Mende realizó un
llamamiento a la penitencia, pues consideraba a la Bestia «una plaga enviada
por Dios para castigar los pecados de los hombres». Sin embargo las oraciones no matan y la Bestia, que no debía ser muy creyente, continuó con lo que había
empezado.
La popularidad de la Bestia creció al mismo ritmo que la desesperación general por acabar con ella. Denneval no daba «pie con bola» y fue sustituido. La recompensa por la cabeza de la Bestia ascendía ya a 9200 libras.
La prensa se hizo eco de esta noticia, y muy pronto
llegaron campesinos y cazadores de toda Francia a la región, atraídos por esta
cantidad de dinero nada desdeñable (la recompensa por matar a un lobo en
aquella época era de 6 libras) y el salario habitual de un campesino,
libra y media.
Otros cazadores menos tradicionales inventaron artefactos y construyeron señuelos envenenados para atraer al animal.
Y mientras unos daban rienda suelta a su
imaginación, otros morían de forma sangrienta.
El revuelo que se formó con el tema de la Bestia, pronto se convirtió en asunto de Estado para Luis XV. No sólo tuvo que lidiar con la oposición en su propio país, sino que inevitablemente, la noticia traspasó las fronteras, y se extendió por toda Europa.
Los británicos se cebaron con la situación, y
seguros como estaban al otro lado del mar, se tomaron la sucesión interminable
de muertes que estaba viviendo su país vecino como un chiste.
Harto de aquella situación, el rey de Francia
decidió enseñarles a todos el cadáver de la Bestia, tanto si lograban
darle caza…como si no.
Le presentaron al mundo una Bestia falsa y poco les
importó a los asistentes que el animal del que hablaban los testigos pesara al
menos 100 kg. Se conformaron con el cuerpo (bien presentado, eso sí) de una
loba de no más de 50 kg. Todas las historias sobre la Bestia, fueron achacadas
a la superstición de las gentes simples, y por tanto el asunto quedaba zanjado.
Pero solo por su parte.
Los ataques se sucedieron durante unos meses más, hasta Agosto, cuando la Bestia se encontraría con la horma de su zapato.
Sorprendentemente, una joven sirvienta de 20 años,
llamada Marie-Jeanne Valet, al ser atacada por la Bestia cuando intentaba
cruzar un arroyo, tuvo la suficiente presencia de ánimo para coger un bastón al
que había colocado una punta afilada, y se lo clavó a la Bestia en el pecho.

Poco después, en junio de 1767 entró en escena un cazador de cierta reputación, de sesenta años, llamado Jean Chastel. Es preciso señalar, que fue en este momento cuando la historia comenzó a cobrar sentido. Este hombre, fundió tres balas de plata, procedentes de unas medallas que representaban a la virgen María, y organizó una cacería en el bosque de Teynazère, acompañado por otros cazadores y por el Marqués de Apcher. El día anterior, el 18 de Junio, murió un niño de la zona. Cuando Jean Chastel empezó a leer unas letanías de la virgen, la Bestia apareció ante él, según el testimonio de Pierre Porucher, sin intención de atacarle. Finalmente, Chastel y otro compañero, abrieron fuego sobre el animal, y éste cayó definitivamente.
Lamentablemente, al perder tanto tiempo exhibiendo
al animal públicamente, el cuerpo llegó a Versalles casi irreconocible, y Jean
Chastel no recibió recompensa más allá de las 72 libras proporcionadas por las
autoridades locales del Gévaudan (Por no mencionar que llegar con un nuevo
cadáver, tiempo después de que el rey diera por zanjado el caso de la Bestia, no
era la mejor carta de presentación).
Jean Chastel gozaba de una gran estima, y era considerado un hombre piadoso y de conducta intachable. Sin embargo, de su hijo se decían cosas muy distintas...
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