
En Egipto llamaban a las
bibliotecas «el tesoro de los remedios del alma». En efecto, curábase en ellas
de la ignorancia, la más peligrosa de las enfermedades y el origen de todas las
demás.
Jacqes
Benigne Bossuet
Las momias en el cine.
Tras
el estreno en la gran pantalla de la última entrega de La Momia, me siento en la obligación de escribir una entrada
informativa al respecto. No es ningún secreto que las momias, al igual que los
zombis, han alcanzado una fama nada desdeñable entre el gran público. En el
cine de terror ocupan el podio junto a vampiros, muertos vivientes, hombres
lobo, demonios y fantasmas. Pero la realidad sobre las momias y las presuntas
maldiciones que protegen sus tumbas es, si cabe, aún más interesante de lo que
las películas dan a entender. No hace falta caer en el sensacionalismo para
comprender la importancia que han tenido las prácticas de enterramiento de la antigüedad
en nuestra forma de ver el mundo. El deseo de sobrevivir a la muerte es una
obsesión constante para los seres humanos. Y si esa obsesión no podía ser
satisfecha en nuestro mundo, debía por fuerza ser satisfecha en otro. El Más
Allá, El Otro Mundo, el Cielo, el Paraíso, el Valhala…son los lugares escogidos
como destinos para el transcurso de unas esperadas vacaciones eternas.
Y a
todos esos lugares se puede llegar si se siguen ciertas instrucciones tanto
antes, como después de morir. O al menos esa es la teoría. A falta de un «GPS
ultraterrenal», los antiguos tenían textos y costumbres que aseguraban un viaje
sin más contratiempos de los necesarios.
Nadie quería que se perdieran las
almas, pues podían convertirse en molestos fantasmas y expulsarlos no resultaba
fácil.
Por norma general, la gente pudiente procuraba
invertir una buena suma de dinero en estos rituales funerarios y realizaban el
trayecto en “primera clase”. Los pobres, en cambio, debían conformarse con
destinos divinos de segundo nivel y viajaban en “clase turista”. Vamos, que los
dioses se habían montado un negocio muy boyante con el tema este de la muerte y
tenían franquicias por todo el globo.
¿Dónde se pueden encontrar momias?
Las
más conocidas son las de Egipto, pero también se han encontrado momias en
algunos lugares de China, Irlanda, Chile, Papúa Nueva Guinea, Italia o el
Tíbet. En algunos casos la momificación ha sido un proceso intencionado en el
que los responsables se sirvieron de distintos métodos para obtener el
resultado esperado. En otros, el clima y el lugar donde la persona alcanzó su
fin, se han aliado para provocar un proceso de momificación natural que ha
mantenido el cuerpo en condiciones de conservación razonablemente buenas hasta
nuestros días.
Sin
duda, la momia más famosa es la de Tutankamón, no solo por el hallazgo en sí de
su cuerpo o de la tumba con su contenido y el ajuar intactos, sino por la
maldición que está relacionada con él.

Regresando
al Antiguo Egipto, hay aún muchos detalles curiosos que sitúan a sus momias en
una posición privilegiada en comparación con las de otros lugares del mundo. En
concreto hay dos aspectos que han alimentado la imaginación de la gente durante
cientos de años: El célebre Libro de los Muertos y las maldiciones que protegen
las tumbas de los faraones.
El
interés de los egipcios por la magia es bien conocido. No era algo nuevo, pues
en aquella época la magia estaba asociada también a la religión y se practicaba
en muchos lugares del mundo. Pero por la cantidad de papiros hallados, el peso
que tiene el estudio de la magia egipcia es muy considerable y ha dado lugar a
estudios muy completos.
Creencias populares erróneas: ¿Qué es
el libro de los muertos? ¿Qué se sabe sobre los hechizos egipcios? ¿Cómo se
momificaba a los muertos? ¿Podía ser una persona momificada en vida, como
sugieren las películas?

El
germen del llamado Libro de los Muertos lo encontramos en los Textos de las
Pirámides, información jeroglífica representada en las paredes de algunas
tumbas. Estos textos aportan datos sobre la teología, la literatura, los ritos
funerarios, algunos hechizos, o la configuración inicial del Más Allá durante
el Imperio Antiguo. Estos hechizos «Para la Salida al Día» fueron sustituidos
por los Textos de los Sarcófagos a finales del Imperio Antiguo. En esos nuevos
textos ya no era solo la realeza quien podía ser embalsamada, sino también
miembros de la nobleza y la administración. Los
hechizos funerarios, no obstante, pueden estar también inscritos en las paredes
de las tumbas, cofres canopos (sí, esas vasijas donde guardaban sus órganos),
papiros etc.
El
libro de «Los Dos Caminos» es una especie de mapa para llegar al Más Allá (los
griegos para acceder a los Campos Elíseos del Hades se servían de las
Laminillas Órficas). A este hechizo se añadió otro «Hechizo para No Morir una
Segunda Muerte». Y en el Imperio Nuevo este compendio recibió el nombre del
Libro de los Muertos, que en realidad no tiene la forma de un libro moderno
(que se empezó a fabricar en el medievo), sino que es una recopilación de
inscripciones de distintas épocas, de objetos, de papiros o de copias hechas
por encargo. A estos se añadieron el Libro de Amduat (sobre el viaje de Ra a
través de las doce divisiones del mundo subterráneo), la Letanía de Ra (con más
información mitológica), el Libro de las Puertas (obstáculos, monstruos y temas
diversos), el Libro de las Cavernas, el Libro de la Tierra o el Libro de los
Cielos. Lo habitual era que estuvieran escritos en rollos de papiro, (el más
largo de estos es el papiro de Ani, que mide 26 metros e incluye la llamada
Oración del Ciego, de donde procede el rezo del Padre Nuestro cristiano) y como
podéis ver, nada tiene que ver con la imagen popular. En realidad, cuando
empiezas a leer estos textos, enseguida pierden el romanticismo; podrían matar
a más de uno del aburrimiento.
El
procedimiento para momificar un cadáver era largo y tedioso. De hecho, era un proceso que duraba unos 70
días, y constaba de diferentes etapas. Primero extraían el cerebro y los
órganos, luego deshidrataban el cadáver mediante distintos productos, y por
último le colocaban las vendas. Dependiendo de la posición social del individuo
podían utilizar productos diferentes, amuletos e infinidad de detalles, hasta
líquenes aromáticos.
Era
un proceso costoso, elaborado y delicado, por lo que momificar a alguien en
vida no era una opción. El embalsamamiento era un privilegio, no un castigo. Si
querían ajusticiar a alguien, había muchos métodos de ejecución que por
supuesto, no incluían el viaje al Más Allá en primera clase. Uno de los mayores
castigos era el suicidio obligado (algo que comparten muchas religiones). A
veces introducían a una persona en un saco lleno de piedras y lo tiraban al
río. Esto se siguió haciendo en varios sitios, pues era un método muy barato.
Maldiciones y ladrones de tumbas.
Hoy
la gente se desahoga criticando a otros a través de las redes sociales. En la
Antigüedad el deporte nacional era el mismo, pero lo canalizaban de otras
formas. Es ahí donde entran en juego las maldiciones. Incluso las personas de
bajo estatus solían recurrir a la magia negra para hundir los negocios de sus
compatriotas, romper relaciones sentimentales, provocar infertilidad,
enfermedades o desgracias. Estas prácticas estaban a la orden del día en casi
todos los lugares del mundo. En Grecia podían escribirlas en tablillas de plomo
que luego enterraban bajo tierra. Cualquier lugar ligado al inframundo servía
para canalizar los malos deseos. En Asia, destaca en concreto la maldición del
mausoleo de Qin Shi Huang, primer emperador de la China Unificada. No
solo fue quien ordenó construir los famosos guerreros de terracota sino que,
para no dejar cabos sueltos, hizo verter ríos de mercurio dentro de su hogar de
descanso eterno para que los saqueadores murieran intoxicados. Genio y figura,
hasta la sepultara. Los agricultores implicados en el descubrimiento perdieron
sus tierras, y se suicidaron o murieron a causa de alguna enfermedad.

En
Asiria (Mesopotamia) quizás la maldición más interesante sea la de la tumba de
la reina Yaba, situada en el palacio noroccidental de Nimrud. No murió nadie
directamente, pero está claro que la zona ha permanecido en conflicto durante
muchísimo tiempo y el sufrimiento de sus habitantes no parecen tener fin.
En
Egipto la maldición de la tumba de Tutankamón tuvo un eco mediático sin
precedentes. Al igual que los chinos, los egipcios también tenían acceso a
conocimientos específicos que convertían sus maldiciones en algo más que
palabras malintencionadas. Si la gente común se contentaba con la versión de
calle de estas prácticas, los entendidos en la materia recurrían a métodos casi
científicos para proteger los nichos de los faraones. Existen sospechas de que
se sirvieron de moho tóxico y algunas bacterias para provocar la muerte de
aquellos que osaran internarse en los lugares de enterramiento de sus reyes.
Sin embargo, esto no desalentó a los ladrones. Algunos murieron, otros no.
Y los
profanadores de la antigüedad también eran auténticos especialistas. De hecho,
y a pesar de las dificultades técnicas, algunos de estos hombres perpetraron
golpes que nada tienen que envidiar al asalto al tren de Glasgow. Militares, funcionarios y ladrones se aliaban
para desvalijar cuanta tumba repleta de riquezas se les ponía por delante. La
pena para aquellos que eran atrapados in fraganti era la muerte, pero el riesgo
merecía la pena. Y los fenicios, que eran los comerciantes por excelencia, no
dudaron en distribuir esos materiales tan valiosos por todo el mediterráneo.
Y
para despedirme, os dejo un fragmento del Libro de los Muertos.
¡Salve, oh Osiris, Toro del Amenti!
¡He aquí que Thoth, príncipe de la
eternidad,
Habla por mi boca!
Ciertamente soy el gran Dios
que acompaña la barca celeste en su navegación
Vengo ahora para luchar junto a ti ¡Oh Osiris!
Porque soy una de esas antiguas
divinidades
Que hacen triunfar a Osiris frente a
sus enemigos.
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