Cuando empiece
a olvidar cosas,
prende mi pira funeraria
y arrójame a ella. Viva o muerta.
(Frase de Livia en Yo, Claudio. Robert Graves)
Siempre han existido mujeres influyentes
que de una manera o de otra se las han apañado para dejar su huella en la
historia, a pesar de las dificultades. Algunas destacaron
por su belleza o su ingenio, como Cleopatra, otras por su intelecto, como
Hipatia de Alejandría, la princesa Enheduanna o Marie Curie, otras por su
conexión con la divinidad o sus conocimientos teológicos, como Juana de Arco o
Santa Teresa de Jesús, y por último, una minoría que brilló debido a sus dotes
de manipulación y su frialdad, unidas a su habilidad para ganarse el amor del
pueblo o su capacidad estratégica y militar, como la reina Boudica o la Sultana
Kösem. Primero estaban todas estas mujeres…y luego estaba Livia Augusta,
emperatriz de Roma, que se merece un análisis aparte.

Y es que esta mujer supo mantenerse
en el poder y no se desprendió de él hasta que murió. Y murió a los 87 años, lo
que constituye toda una proeza para la época. Lo más interesante de esto es que,
a pesar de los múltiples asesinatos que se le atribuyeron, fue una gobernante
muy capaz.
Livia Augusta, cuyo nombre de nacimiento era en realidad Livia
Drusilla tuvo ocasión de contemplar desde su más tierna infancia el resultado
de los juegos de poder, pues su padre, uno de los instigadores del asesinato de
Julio César se suicidó para mantener el honor de la familia cuando Marco
Antonio y Octaviano (el futuro emperador Augusto) los derrotaron.
Livia se casó con su primo Tiberio Claudio Nerón, de quien tuvo dos
hijos. Sin embargo, y quizás debido a necesidades políticas, Livia aceptó
divorciarse y casarse con Octaviano, que estaba a punto de convertirse en
emperador (Sí, habéis oído bien, uno de los hombres que propiciaron la muerte
de su padre). Livia, se dice, era una de las mujeres más bellas del imperio,
pero su segundo esposo era más que consciente de su inteligencia y no la apartó
de cuestiones de importancia, por lo que enseguida se convirtió en su consejera
principal y pasó a ocuparse de buena parte de las actividades de gobierno. En
concreto de las finanzas, de las promociones y castigos, y de la eliminación de
sus rivales políticos.
Pero Livia no deseaba ser vista como una mujer rebelde,
con tendencias psicóticas y ansias de poder. Para dominar el sistema, debía
trabajar con el sistema.
Y se apoyó en la máxima de «La mujer del César no solo
debe ser pura, sino parecerlo» lo que le granjeó el respeto de los senadores y
sus esposas, (que eran quienes ayudaban a sus maridos a prosperar en sociedad)
y de los miembros de las organizaciones religiosas con los donativos y favores
habituales. Su política de austeridad, compartida por su marido, también les
ayudó a mantener el amor del pueblo. La emperatriz, por su parte, debía
convertirse en el icono por excelencia de una matrona romana.
No solo debía
demostrar un apoyo incondicional hacia su marido (aunque en la práctica fuera
ella quien impusiera ciertas condiciones), sino que debía ser conocida por ser
también una esposa fiel, íntegra, devota, modesta, una madre estricta pero
ejemplar y, en resumidas cuentas, un modelo a seguir. La doble jornada no la
asustaba, de modo que realizaba y dirigía las labores domésticas con la misma
eficiencia que los asuntos de gobierno, lo que conllevaba una carga de trabajo
que habría amedrentado a cualquier ser humano. Pero Livia no era cualquier ser
humano. Sus dotes organizativas y su capacidad para adelantarse a los
acontecimientos eran dignas de admiración.
Esta actitud, no obstante, no era desinteresada ni respondía a su
amor de madre. Situar a su hijo en el poder le aseguraba una posición
preeminente de por vida, incluso si su marido fallecía. Ya fuera como emperatriz
o madre del emperador, su círculo de influencias seguiría siendo grande y
estable, y
Livia controlaría los asuntos del imperio con mano de hierro y eficacia
indiscutible durante toda su vida.
Su mente fría y calculadora evitaba que el
más mínimo detalle pudiera escapar a su escrutinio.
Por otro lado, se ha hablado mucho de sus conocimientos sobre
venenos. Las mujeres se reservaban una cierta parcela de poder en lo tocante al
uso de las plantas, pues el cuidado de los familiares era una de sus
obligaciones, no solo era cosa de los galenos, y en ocasiones recurrir al
aborto en secreto, era también necesario. Muchos hombres, como es lógico,
temían los conocimientos que las mujeres habían adquirido debido a este tipo de
prácticas, y el uso de fármacos se popularizó como un arma propia, aunque no
exclusiva, de féminas. Esto está también muy relacionado con su forma de
entender las luchas de poder. Estaban acostumbradas a trabajar de forma taimada
y en la sombra, y la sutileza del veneno era evidente.
Sirviéndose de este medio —y sin pruebas de ello, claro está— se
piensa que Livia se quitó de en medio a Marcelo, primer esposo de Julia, la
hija de Augusto y de un matrimonio anterior, y después de Marco Agripa, que
también se casó con Julia para emparentar con la familia imperial. Tras el
fallecimiento de Agripa, Livia obligó a su hijo Tiberio a divorciarse de
Vipsania, la mujer de su vida, y a casarse con Julia, aunque este no deseaba
esa unión. Tiberio tenía mal carácter, o quizá las circunstancias le amargaron
la existencia; sea como fuere, con el tiempo perdió la popularidad de la que
disfrutaba en el senado y las relaciones con su madre empeoraron. Posiblemente
su rabia provenía de una sensación de frustración acumulada a lo largo de los
años.
Trataré de resumir el culebrón sangriento que se
produjo durante estos años:
Julia cayó en desgracia
debido a su larga lista de adulterios y fue exiliada por su propio padre, que
decidió adoptar a sus nietos Cayo y Lucio (hijos de Agripa), lo que los
convertía en posibles herederos. Tampoco duraron mucho, y aunque sus muertes
inicialmente no se debieron a causas sospechosas, desde luego también
resultaban muy convenientes a los intereses de Livia. De manera que después de
esto, solo quedó Agripa Póstumo, que había nacido poco después de la muerte de
su padre y no tenía buena fama (o ya se habían encargado de difamarlo apropiadamente).
Aun así, Póstumo estaba por delante de Tiberio, y de alguna forma, Livia
consiguió que lo desterraran a la isla de Planasia. Augusto había reconocido a
Tiberio como sucesor a regañadientes, pero había visitado a Póstumo en secreto.
Quizás ya no se fiaba de su esposa o albergaba ciertos recelos, y esta actitud
encendió todas las alarmas de Livia. A partir de entonces, los hechos se
precipitaron, y Augusto murió un año después.
Cuesta creer que Livia pusiera
fin a un matrimonio de tantos años, pero sigue siendo una posibilidad a tener
en cuenta.
Por otro lado, Agripa Póstumo, todavía en Planasia, fue asesinado
por sus propios guardianes. En consecuencia, Tiberio accedió al poder (no sin enfrentarse
a acusaciones públicas de haber ordenado la muerte de Póstumo, que iba a ser
liberado).
Pero la riada de muertes no terminó aquí.
Siempre se producían
conspiraciones y rivalidades en el seno de la familia imperial y sus allegados,
por lo que el trabajo de Livia no había terminado, ni mucho menos. Se libraron
de la oposición en el Senado, donde la corrupción y la deslealtad eran
habituales, algo que afectó a un tercio de sus miembros. Por lo demás, Tiberio
se mostró conservador; afianzó los territorios conquistados, evitó el
expansionismo y administró el imperio con razonable éxito. Su sobrino Germánico,
sin embargo, comenzó a ganar popularidad en el ejército y en Roma, debido al
éxito de sus campañas bélicas y a sus excelentes habilidades diplomáticas.
Además, era joven, y estaba casado con Agripina, que tenía también muy buena
fama. Entre sus hijos destacó Calígula, que con el tiempo se
convertiría en emperador y sembraría el caos. Tiberio había adoptado a
Germánico como hijo por petición de Augusto, pero eso no evitó que Cneo Pisón,
gobernador de Siria, acabara envenenándolo. Los pisones eran partidarios de la
familia de Livia, por lo que no está claro si este asesinato fue ordenado por
el propio Tiberio o por su madre.
Después, para aplacar los ánimos del pueblo,
se los sometió a juicio y Pisón se suicidió. Tiberio, abandonado por sus amigos
y posiblemente deprimido y asqueado por las nefastas relaciones políticas, se
exilió y dejó el gobierno en manos de su amigo Sejano, el prefecto del
pretorio, que intentó monopolizar el poder.
En esta época el que no corría,
volaba, y solo la presencia de Livia evitó que su control fuera total, pero finalmente
esta emperatriz implacable murió en el 29 d.C. y Tiberio tuvo que apañárselas
solo. Después de una larga situación de
inestabilidad política, y una masacre pública, el emperador fue sucedido por
Calígula, de quien se dice que orquestó su muerte como represalia por la persecución
a su familia.
Pero regresemos a Livia.
Después de una trayectoria de estas características, se puede afirmar
que, de haberse topado con la horma de su zapato, jamás habría mantenido su
poder durante tanto tiempo…pero esto no sucedió.
A diferencia de otros miembros de la familia
que se hicieron famosos por su crueldad, su lascivia o su excesiva afición por
el lujo, Livia no estaba loca y tenía la cabeza terriblemente bien amueblada.
No tenía vicios de ninguna clase; no le interesaban ni la opulencia, ni el sexo,
ni los placeres terrenales. Su única apetencia era el poder. De manera que no
existió rival en su época que pusiera en entredicho su incontestable
superioridad o se enfrentara a ella con firmeza.
Si hubiera nacido hombre,
nadie habría puesto en duda sus acciones y se habría encumbrado como uno de los
mejores emperadores de la historia. Pero había un último deseo que para ella
era más importante que cualquier otra cosa, su camino hacia el perdón y hacia
la inmortalidad: la deificación. Su nieto Claudio, cojo, tartamudo y
superviviente nato, le dio su palabra de que si llegaba a emperador, la
convertiría en diosa, convencido de que aquello jamás ocurriría, pues él siempre
se había mantenido al margen de las intrigas y era partidario de las tendencias
republicanas.
Contra todo pronóstico, sucedió lo impensable: Claudio fue elegido
como nuevo emperador a la muerte de su sobrino Calígula.
De manera que, incluso
después de morir…Livia consiguió lo que quería.
Holaaa, ayy, me sonaba un montón el nombre por los libros de Cassandra Clare, hay unos hermanos que tienen nombres de emperadores romanos, Livia y Drusilla están por ahí, pero me ha encantado conocer su historia, de veras que la historia ha sido injusta con las mujeres, una emperatriz así sin apenas relevancia da coraje, en fin, gracias por el aporte :D
ResponderEliminar¡Beesos! :3
Hola Yomi! No he leído los libros de cassandra, pero me alegro de que haya incluido un poco de historia aunque sea en pequeñas dosis. Livia tuvo mucha relevancia pero es cierto que se habla poco de ella. Gracias por pasarte! Un abrazo!
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